lunes, 22 de enero de 2007

Capítulo 3: El personal

Él no se merece ni una sola línea. Explotador, retorcido, egoísta, machista, jugaba creyendo hacer gracia…Sólo en una ocasión me dio pena, y no fue ninguna de esas veces que lo intentaba con sus chantajes emocionales. El día que todos nos íbamos de fiesta y él, sólo, con su vaso de sangría, haciendo sus ridículos chistes, intentando captar a alguien que le diera conversación (o que aguantara la suya, porque por supuesto tampoco sabía escuchar). Daba pena, sí, ver a alguien tan patético.


El día que la conocimos de su boca salió una mínima presentación y lo que nos pareció un cumplido, “cualquier cosa que necesitéis…”. Habíamos hablado con ella por teléfono, éramos de su ciudad y nuevas. Tan sólo era su lucha por una libertad que nada tenía que ver con nosotras. Costumbre, también, de ver pasar a gente que tarde o temprano se va, mientras que ella se queda sintiendo que siempre sucede lo mismo, que quizá no merezca la pena poner lazos. Un escudo de superviviente, nada más.
En las primeras conversaciones incluso se esforzaba en su papel de defensora, pero poco a poco sus armas se fueron cayendo. Hubo un punto de inflexión y todo cambió. Fue en San Miguel Bajo, hartas, compartimos cervezas, retazos de nuestras historias, temores. Fue una noche en la que decidimos bebernos la vida, cansadas del paseo impuesto y contentas con el descubrimiento. Desde ese momento fue intocable.


Almuñecar nos hizo ver que no era producto de la situación, nos reímos, nos confesamos, borracheras que se nos iban de las manos, sueños con dientes rotos, miedos…bebimos, cantamos e hicimos muchos planes que horas más tardes se rompieron. Cuando hablamos por teléfono después de las novedades eché de menos todo lo que podíamos haber tenido y no íbamos a tener. Mis despedidas con ella han sido las más emocionantes de mi vida. Pero ella ya esta en mí y quién sabe si en mi futuro.



Me da rabia no haber tenido más tiempo para observarla, hablar con ella, para analizar su ambigüedad, para entender como alguien con más oportunidades aguanta desplantes, comentarios fuera de lugar y una explotación total. Hacía camas, cogía el teléfono, hacía de niñera, iba en coche y cargaba colchones, ropa o lo que hiciera falta, aguantaba a los alumnos, tenía que saber dónde estaban los libros, organizar fiestas y hacer de guía en paseos inesperados. Nunca he visto fregar a nadie tan rápido. Tenía que vivir allí sin opción a sentarse a ver la televisión. Debía de dormir poco y, mal comía muchas veces en la oficina. Eso sí, tiene unas manos impresionantemente bonitas, a pesar del duro trabajo.
Quizá la vida había sido dura con ella y prefería aguantar horas de trabajo que aprender a vivirla sin temores. No tenía tiempo de pensar. O quizá le compensaba, los estudiantes le agradecían sus paellas y su ayuda, verse rodeada de jóvenes y sentir que estaba viva, que le echaban treinta y pico cuando eran cuarenta y dos. Fiestas multirraciales, sentirse necesitada.
Un humor de mal despertar era inherente en ella, sus enfados los pagaba con los demás o con él, siempre sin decirle nada a la cara, sin darse cuenta que al final lo que le sucedía es que estaba enfadada con ella misma. Pero a veces sabias que te entendía, que sin querer te miraba con complicidad, que te llamaba a escondidas ofreciéndote una habitación, o haciendo un papel de hermana mayor con complejo de Electra. Entonces te dabas cuenta de que todo en ella eran buenas intenciones.
En la cocina nos contó que tenía un hijo que había crecido en España y estaba en el ejército. No le veía mucho. Contaba la historia como si no fuera con ella, sólo un pequeño tono de sonriente amargura al hablar de un ex marido que no se debió portar bien.
La segunda vez que hablamos fue en Almuñecar. Era de buena familia y había estudiado económicas. Había ocupado un cargo político de un partido de izquierdas, pero ella dice que salió de Ecuador por motivos personales. Tuvo oportunidad de irse a EEUU con su hermana pero eligió España por el idioma. Estuvo en Madrid y tuvo una libertad que nunca había vivido. Me dijo que había sido duro. Lo dijo sonriendo. Llevaba ya catorce años en Granada y cuatro trabajando para él.
Creo que perdió el norte. Que creyó encontrarlo allí, sintiéndose imprescindible, y lo era, pero de la manera incorrecta. Un día, quizá en el fondo, dolida, sintiéndose abandonada y envidiosa porque ella que llevaba un año había conseguido irse, me habló de profesionalidad. Yo, en menos de un mes caí alguna vez, sintiéndome culpable por algo que no dependía de mí. Ella, después de años no veía nada más. Sí, es una profesional, pero ha olvidado que el ser cumplidor con el trabajo da igual cuando no crees en lo que haces, cuando no compartes, cuando todo esta mal, cuando va en contra de todo principio, cuando te haces cómplice. En este caso es mejor no ser profesional y ser persona. Por uno mismo y para uno mismo.



Creo que fue la primera cara que ví al entrar en la Escuela. Sentada en el banco hablaba con alguien. Podía haber sido rara, antipática, tardar tiempo en descubrirnos, mirar con recelo por ser la tercera. Nada más lejos de la realidad, se unió a nosotras para ser tres siamesas. Fue un fin de semana intenso. Nos apoyó en nuestros enfados, nos hizo reír hasta llorar, y se que pase lo que pase siempre podré recurrir a su teléfono en mi móvil. Cariñosa, siempre de buena humor, trabajadora, compartió comidas, nos hizo postres, me dejó a sus amigas, su casa, sus hermanos, su cama…Quiero escuchar como inventa palabras, la música de su móvil o que pendientes lleva hoy. Por eso espero impaciente que venga a visitarnos. La locura de irse sin saber donde se va merece la pena sólo por conocer a gente como ella.





Había convivido con ella los seis días en Londres y alguna noche de ordenador y alcohol en su casa. Llevábamos años viéndonos casi a diario en nuestro banco del amor, pero también el nuestro era un futuro incierto. No tendría palabras ni días para explicar lo que ha sido, lo que es ella.
El día que tuve que ir a Almuñecar era un sábado difícil, y aunque mi mente me tachaba de pueril, mi corazón se deshacía por ser la primera vez que nos separábamos. Ella siempre hace regalos, como el de aquél día precisamente, la sorpresa de llegar con ellos, sonreía con su bolsa de lunares, me miraba con complicidad, reía como una niña pilla.
Y sí, nunca la he visto reír tanto como en Granada. Tuvo fiebre, días de llamadas duras y silencios, y reía. Ella, poco hija de la medianoche salía hasta tarde. Gesticulaba, bailaba, cantaba y se dejaba abrazar olvidando su sequedad del norte. Aparecía con una caja de galletas si mi día era duro, buscaba en las páginas amarillas si yo perdía el norte, me enseñaba con sus desplantes que ante todo están los principios, me reponía coca-cola para mi síndrome de abstinencia, me regalaba ironía y sarcasmo para no tomarme demasiado en serio la vida.
Juntas hemos amanecido en mitad de la noche, rodeadas de humo, cine y fraternidad. Hemos compartido una amistad a cuatro difícil de encontrar. Tenemos marcas de maletas, de accidentes y piedras de Bocanegra. Fotos, sabores de tostadas con tomate, de chocolate de la calle Elvira.
Volver sin ella fue duro y raro. Ahora quizá nos vemos y hablamos más, reímos menos, nos queremos como hermanas, ahorramos para el billete de avión y sentimos lo que ha cambiado, lo que nos ha cambiado. Y esta historia, que es nuestra, no habría tenido sentido sin ella, sin Cris Cris.

(Noviembre 2006)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bonito el homenaje a Cris, se lo merece, sobre todo cuando me pase los apuntes de Arsenio. Pero queremos saber más del explotador, mófate de él, haz una buena caricatura. Ole.

Anónimo dijo...

Ja, ja, ja. Tranqui, tendrás tus apuntes.
Lo de un capítulo del explotador, el día que Cris me ayude, que a mi sola me no me saldría lo suficientemente corrosivo :)