- Yo sabía que íbamos a terminar así, así, en la cama. Te vi y supe. Es como que en el fondo uno siempre sabe.
- Yo también sentí eso, ¿tú crees en la química?

El día que se iba temblaba de nervios, sonreía, hacía sus ruidos característicos, inquieto por si sus cuchillas o jeringas le jugaban una mala pasada en el control policial. Cuando les vi despedirse
supe que eran dos piedras preciosas difíciles de encontrar y me sentí espectadora de una amistad digna de admirar. Mereció la pena no dormir. Nos dimos la vuelta y le dejamos a salvo. Y nos sentimos vacíos.
grande que pedía comer, dormir y alcohol para lanzar besos sinceros de labios hacia el sur y hacernos llorar de risa con sus frases y ademanes ingeniosos. Sus despistes y aire inocente, su impuntualidad, nos producían ternura. De ahí "el pequeñín".
escuchar, comprender y opinar cuando todo salió a la luz. Su beso junto al teléfono aquel día de cumpleaños, anisedad y castigo. Le echamos mucho de menos.
Él me daba miedo. Era mi alumno y yo había sido oyente de una clase de gramtática en la que su sarcasmo e inteligencia ponían en alerta al profesor. Mis clases fueron divertidas y dinámicas
gracias a él; aunque se me fuera de las manos y nuestra complicidad y amistad hiceran punzantes y desconcertantes comentarios y miradas.
todo, fotografíaba con sus ojos y su cámara todo lo que le rodeaba. Tenía siempre un abrazo en el bolsillo, la palabra perfecta, la mirada despierta, cómplice. Siempre escondido tras sus flechas de fuego, su acidez compartida con ella.
El día que la conocimos de su boca salió una mínima presentación y lo que nos pareció un cumplido, “cualquier cosa que necesitéis…”. Habíamos hablado con ella por teléfono, éramos de su ciudad y nuevas. Tan sólo era su lucha por una libertad que nada tenía que ver con nosotras. Costumbre, también, de ver pasar a gente que tarde o temprano se va, mientras que ella se queda sintiendo que siempre sucede lo mismo, que quizá no merezca la pena poner lazos. Un escudo de superviviente, nada más.
Fue una noche en la que decidimos bebernos la vida, cansadas del paseo impuesto y contentas con el descubrimiento. Desde ese momento fue intocable.
alguien. Podía haber sido rara, antipática, tardar tiempo en descubrirnos, mirar con recelo por ser la tercera. Nada más lejos de la realidad, se unió a nosotras para ser tres siamesas. Fue un fin de semana intenso. Nos apoyó en nuestros enfados, nos hizo reír hasta llorar, y se que pase lo que pase siempre podré recurrir a su teléfono en mi móvil. Cariñosa, siempre de buena humor, trabajadora, compartió comidas, nos hizo postres, me dejó a sus amigas,
su casa, sus hermanos, su cama…Quiero escuchar como inventa palabras, la música de su móvil o que pendientes lleva hoy. Por eso espero impaciente que venga a visitarnos. La locura de irse sin saber donde se va merece la pena sólo por conocer a gente como ella.
Había convivido con ella los seis días en Londres y alguna noche de ordenador y alcohol en su casa. Llevábamos años viéndonos casi a diario en nuestro banco del amor, pero también el nuestro era un futuro incierto. No tendría palabras ni días para explicar lo que ha sido, lo que es ella.
Hemos compartido una amistad a cuatro difícil de encontrar. Tenemos marcas de maletas, de accidentes y piedras de Bocanegra. Fotos, sabores de tostadas con tomate, de chocolate de la calle Elvira.
LA ESCUELA:
Pero me quedo con el banco del patio. En él, las dos tomamos decisiones importantes, fumamos y preparamos clases. Hicimos fiestas del jabón, apoyamos maletas y fraguamos amistades. Desde allí escuchamos un trocito de Valladolid, fuimos testigos y partícipes de despedidas, de desprecios y de turistas. Y al lado del banco, la piedra, justito en esa piedra empezó todo.
LA TIÑA:
EL ALJIBETRILLO:
ALMUÑECAR:
La pintura de Klimt se ha quedado en el mes anterior; el jabón de manos huele a una suite en la que pasé pocas horas pero intensas. Aquí sigue haciendo demasiado frío, y una pila de ropa y un trabajo de tres días me esperan obviando mi ansiedad. Las caras en las fotos miran igual, sin saber que mi quemador y mi taza se rompieron, y que ya nunca volveré a ser la misma.