me basta tu mirada para comprender que tú te irás"
(Iván Ferreiro, "Abrázame",
Canciones para el tiempo y la distancia)
TRIBUNA: F. FERNÁN GÓMEZ
El abrazo de la lectura
El libro se abre ante nosotros como se abre de piernas la amante entregada y posesiva. Como abren los brazos para acogernos el amigo y el familiar .En mi prehistoria se abrieron para mí los brazos diminutos, débiles y sucios de los primeros cuentos de calleja. Ya entre ellos se observaban diferencias sociales. Los más baratos cabían en la palma de la mano, su letra era casi ilegible y tenían las mejillas manchadas de tiznones como de carbón o de tinta de escribir palotes, curvas y garrotes. No parecían pensados para que los leyeran los niños, sino las abuelitas, desojándose, al borde de la cuna. En cambio, los más caros, en octavo, se leían con facilidad y tenían letras de oro en la portada.
Vinieron después los libros de aventuras. Cuando aún no se ha llegado a la adolescencia, cuando aún no nos han amaestrado y no nos han inyectado en el cerebro la suficiente cantidad de resignación, nos asombra dolorosamente la monotonía de la existencia. ¿Cómo es posible -se pregunta el niño-, haber pasado ocho años padeciendo esta sórdida repetición cotidiana? Los libros de aventuras, con su mentira piadosa, le abren las puertas de la esperanza.
Los libros escondidos. Los libros secretos. Hay que tenerlos debajo de los libros de texto. Leerlos cuando no nos ven nuestros mayores o los profesores, en el colegio. Son libros de aventuras, novelas folletinescas, policiacas. Y muy pocos anos después -no años, meses-, novelas pornográficas. Qué inefable placer me proporcionan esas lecturas. Aldous Huxley dijo: "una orgía real nunca excita tanto como un libro pornográfico". Y con esto no intento sugerir a nadie que abandone las orgías.
Pero también el libro tiene enemigos entre los de su propia especie. En mi caso personal, fueron los libros de texto del bachillerato. Qué repulsión, qué aversión me inspiraron. Odio al libro, odio a la lectura, odio al conocimiento. Por fortuna, había en Madrid muchísimos puestecillos callejeros en los que vendían a mitad de precio noveluchas de segunda mano, o de tercera o cuarta, sobadas y requetesobadas, noveluchas de aventuras, policiacas y también verdes. Aquellos puestecillos hicieron que se conservara vivo mi amor al libro, que los catedráticos escritores habrían conseguido asesinar. En la guerra de libros -como no puede ocurrir en las guerras de verdad-, ganaron los pobres.
Aparecieron después los que algunos consideran enemigos del libro: el cine, la radio, la televisión... son, es cierto, otros medios de difusión de la poesía, y también de la música y de las artes plásticas. Pero, aunque enemigos en cierto aspecto, es dificil que derroten al libro, ni creo que pongan en ello interés. El libro les lleva la ventaja de la corporeidad, de la cercanía. El libro lo tengo, lo poseo, puedo incluso darle achares, no mirarlo, no leerlo y, sin embargo, conservarlo. No es efímero. Puedo también tenerlo en las manos, acariciarle el lomo como a un perro amigo, hojearlo, sobarlo, puedo besar algunos de sus renglones si me han conmovido. Tanto si es un libro lujoso, encuadernado en suave piel, como si es un libro popular, de los que se doblan y se pliegan sumisos para ser leídos en la cama, con los que uno puede acostarse sin muchas dificultades.
SUEÑO CON SERPIENTES
«Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida:
Esos son los imprescindibles".
Bertolt Brecht
Sueño con serpientes,
con serpientes de mar,
con cierto mar Ay!
de serpientes, sueño yo.
Largas, transparentes y en sus barrigas llevan
lo que puedan arrebatarle al amor.
¡Oh!
La mato y aparece otra mayor
¡Oh! con mucho más infierno en digestión.
No quepo en su boca me trata de tragar
pero se atora con un trébol de mi sien
creo que está loca le doy de masticar una paloma
y la enveneno de mi bien.
¡Oh! La mato...
Esta al fin me engulle
y mientras por su estomago paseo
voy pensando en que vendrá
pero se destruye
cuando llego a su estomago
y planteo con un verso una verdad.
EL CAMINO DE REGRESO
Hasta entonces nunca me habían aterrado
de esta forma los aeropuertos.
Lléname de abrazos, lléname de besos,
creo que anunciaron tu vuelo.
Y entre lágrimas tu figura es devorada por la gente,
y una fiera maloliente clava en mi alma sus afilados dientes.
Sus afilados dientes.
Quedo con el sabor metálico de la soledad
y deshojo el calendario.
Tengo miedo, tengo frío y dudo,
y hago repaso.
Fugaz e indeterminado, como un sueño ha comenzado
esta historia y no sé, en verdad, si fue real.
Quién me iba a decir que te iba a encontrar una noche casual,
yo ejerciendo de torpe sentimental.
"¿Qué haces aquí? A punto estaba de marcharme,
qué bueno es encontrarte".
Y tú y yo inmóviles, y en torno a nosotros
giraban colores, pasaban horas, rostros.
Pasaban horas, rostros.
Pero nada de esto era importante,
"así que háblame de ti y no pares".
Apenas te dejaba la música con su metralla.
"Cuéntame cómo era todo antes".
Aunque seriamente dudo si en verdad hubo un antes,
sólo recuerdo bien, con nitidez, que hubo un después.
Entre empujones, entre la gente,
me acerco torpemente con taquicardia adolescente,
en aquel bar donde no entra ni un rayo de luz,
sé que fuera, sé que fuera amanece.
Sé que fuera amanece.
Nuevos reencuentros, nuevas confesiones, y de repente me veo
perdido en un aeropuerto,
con las pesadillas que día a día me acompañan, cotidianas,
con las que me atormento:
A qué son bailan tus caderas,
que sudores te alimentan, tengo tanto miedo
de que olvides el camino de regreso,
el camino de regreso.
(Ismael Serrano)
La lluvia suspendida en los neones
araña mis pulmones y el barniz
rojo metalizado del coche que te ve salir
del metro de Callao, envuelta en una nube
de cenizas y Tresor,
cansada como el humo de mi boca,
como el día en que dijiste adiós.
Rubia, ¿qué haces aquí?
Esto está lejos de tu barrio.
Y el dulce bisturí
de la memoria, el viejo tacto
de tu mejilla, me cortó.
Tómate algo conmigo
antes de que ardan las aceras,
de que la primavera acabe y cuéntame
que hiciste en este tiempo,
dime que estás bien.
Entremos aquí mismo, ¿te casaste?
No me digas...
Jefe, un par de cañas.
Confiesa que me buscaste
entre los escombros,
en las ruinas del alma.
Dime que aún recuerdas
el asiento de atrás del coche,
los mirones del parque,
césped en mis pantalones
y la certeza de sentir.
Mirabas siempre al sur,
joven y hermosa.
Decías que tras la autopista
me esperabas para huir.
Mirábamos al sur, no fui tan lejos
por no encontrar al otro lado
las certezas que perdí.
Y esta claridad.
Yo sigo con mi lucha y mis canciones
y para morir joven ya soy viejo
-nunca fue mi afán-.
Que la vida iba en serio
ya te avisó un poeta,
y como a mi, hiciste bien,
tampoco lo escuchaste.
Por eso te seguí hasta el precipicio,
y acaricié las luces de tu estambre.
Me dejaste la guerra,
y los manojos de ortigas.
Te fuiste con mi aliento,
con mis discos de Sabina
y la llave del porvenir.
La herrumbre de los años te respeta.
Otra cerveza. ¿Cómo que te vas?
Con las prisa de siempre, rubia.
Sigues igual.
Bueno, tienes razón,
algo hemos cambiado.
Nos agotó el reloj.
Tú te cambiaste de tinte,
yo cada día miento peor.
Te acompaño hasta el metro.
No, mujer, que no es molestia,
y si te faltan refuerzos:
mi teléfono en tu agenda
y la certeza de sentir.
Mirabas siempre al sur,
joven y hermosa.
Decías que tras la autopista
me esperabas para huir.
Mirábamos al sur, no fui tan lejos
por no encontrar al otro lado
las certezas que perdí.
Y esta claridad.
Cuando sientas tu herida sangrar(Mario Benedetti)
cuando sientas tu voz sollozar
cuenta conmigo.
(de una canción de Carlos Puebla)
Compañera,
usted sabe
que puede contar conmigo,
no hasta dos ni hasta diez
sino contar conmigo.
Si algunas veces
advierte
que la miro a los ojos,
y una veta de amor
reconoce en los míos,
no alerte sus fusiles
ni piense que deliro;
a pesar de la veta,
o tal vez porque existe,
usted puede contar
conmigo.
Si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo,
no piense que es flojera
igual puede contar conmigo.
Pero hagamos un trato:
yo quisiera contar con usted,
es tan lindo
saber que usted existe,
uno se siente vivo;
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos,
aunque sea hasta cinco.
No ya para que acuda
presurosa en mi auxilio,
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.
Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
(Konstantino Kavafis)