Quizá es tu sombra que me sigue en silencio y me engancha sin remedio a tu barrio. O quizá es la ciudad, mía en sus carreteras, tiendas y bares, pero que se muestra dura como una piedra y no se deja patear. Quizá es la cercanía de todos y lo lejos que están. Tal vez son los nuevos, que nunca vieron el antes y que no reconocerían ni la mitad. Aunque seguramente es que ya no tengo la paz del insomne, y lo pago con él. Son todas las horas perdidas que sólo salvan ellas. La sensación de temporalidad. Seguramente es que el tiempo me ha adelantado y estoy tan cansada que no puedo correr. Son los cambios impredecibles y tan rápidos que no los puedo digerir y que impiden recrear el pasado, tal y como lo hacía ayer.
El caso, es que me he quedado seca de palabras.
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2 comentarios:
Sucede que la vida corre a veces tan deprisa y monótona que es difícil recapitular. Y cuando de pronto el pasado te visita en forma de extraño nudo disociado de tu ahora es difícil darse cuenta de que ya no quedan tiempo o ganas para detenerse un rato y mirar hacia atrás. Tomarse un respiro ayuda a evitar que un día, a traición, te observes en el espejo deforme de una foto vieja y ese rostro casi tuyo, congelado en aquel instante, reconozca que no te conoce.
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