No quiero que se me sequen las palabras y el dolor. Lo mejor es escribir así, vomitando. Tengo un libro menos (que nunca llegué a leer) y una cicatriz más. Sabía la respuesta y aun así decidí ir. No he sido valiente, he sido egoísta. Sé que mi visita le trastocará la vida unos días, yo estoy arriba y sé lo que es tener a alguien cercano sumido en aguas profundas, y sé que mi acto sólo le hundirá más. Necesitaba cerrar la herida. Necesitaba seguir mi lógica y no la suya.
Cuando oí sus pasos por el pasillo, recordé su ruido, el olor a tabaco y las galletas de chocolate, yo también lo había apartado, obligada. Y el nudo se me puso en el estómago. Tuve la certeza de la respuesta al sentir su abrazo duro.
Fumamos en nuestros sillones, y por unos minutos nos miramos y hablamos como entonces. Comprobé su estancia allá abajo y sentí que a mí no me tocaba sacarle a la superficie. El peso de los dos años cayó como una losa y le eché mucho de menos, por el pasado y por el futuro.
Él no sabe que fue la última persona en verme. Que las máscaras se incrustaron en mi cuerpo y nunca más me di a conocer. No sabe de mi lucha. Hoy no he tenido opción a mostrarme, pero lo hubiera hecho. Tiene ese poder.
Le he visto, he sentido su dolor, he visto su mirada. Hasta que la ha bajado y no la ha vuelto a subir. Entonces mi nudo se me ha subido a la garganta, el silencio se ha apoderado de la estancia y he apurado el cigarro y el dolor. Ya está, he pensado, si lo sabías, ¿por qué lamentarse?
Siento haber ido a remover su vida. Siento el sms como última palabra. Necesitaba tener mi luto.
Espero que alguien o algo le recuerde que puede bucear hasta arriba, aunque yo no sea testigo.
viernes, 4 de marzo de 2011
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