martes, 24 de febrero de 2009
Domingo
Quizá si hubiéramos salido un poco antes, o después. O no nos hubiéramos parado a comprar el periódico. O tú, quizá, sacar una foto menos. O pararte a comprar algo en el rastro. Pero no, salimos, compramos el periódico, cogimos el metro y, a nuestro ritmo, bajamos por el rastro hasta ver el puesto. La cola era tan larga que la señora que vendía las pulseras protestaba, no podía pasar la gente. Tú saldrías de misa, recorrerías a tu ritmo, y acabaste en aquella cola de bocadillos baratos. Llevábamos diez minutos esperando. Yo me había acercado a la otra tienda, por si merecía la pena cambiar de lugar. Entonces vi a tu madre. Igual que siempre. Con la cámara de fotos colgada del cuello y observando todo sin reparar en mi presencia. Un nudo me subió del estómago a la garganta, que terminó en taquicardias cuando te busqué y te vi con ella tan sólo dos puestos por delante. Le apreté la mano, aterrada, por si no me entendía y tenía que otra vez girar la cabeza para apremiarle, y, sin querer, nuestras miradas se cruzaban. Y así nos fuimos. Con un halo de derrota por no convencerte de no renunciar a la amistad. Y el poso de nostalgia me acompañó por la latina.
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